Nota bio-bibliográfica

14 de abril de 2006

Todo es posible todavía

La certeza
Eloy Sánchez Rosillo
Tusquets, Nuevos textos sagrados, 2005

Desde que Eloy Sánchez Rosillo obtuvo el Premio Adonais en 1977, su obra ha sido -como la de muchos grandes poetas- una serie de variaciones sobre el mismo tema. Gustan los críticos de despachar a este autor con el adjetivo “elegíaco”, al que se añaden otros: “clásico”, “sereno”, “meditativo”, por ejemplo. Lo primero alude a la manera recurrente de abordar los versos, generalmente con una rememoración de circunstancias del pasado, que suelen desembocar en un anticlímax final: todo se ha marchado, y tú estás solo y triste. Como en All passion spent: “Y removemos, tercos, la escoria de la luz. / Pero nada encontramos. Y respiramos muerte.” Dice Sánchez Rosillo que ser poeta y ser nihilista es una contradicción. Pero esta contradicción la encontramos a menudo en los poetas; se esfuerzan por trasmitirnos una idea, como la consabida inexorabilidad del tiempo, con un final frío y mortecino (un anticlímax), y sin embargo -los buenos poemas- nos dejan de algún modo con el corazón extrañamente calentado, vivaqueando, inquieto. Parece que el espíritu contradice a la letra. ¿Cuál es si no la explicación de que la lectura de Elegías, de este mismo autor, sea tan cálida, tan animosa, cuando está hablando de la desaparición de la hermosura? Eloy Sánchez Rosillo se ha interesado, como estudioso y traductor, por la obra de Leopardi, y, así, encontramos una cierta fraternidad con el poeta de Recanati, que respiraba dolor y cantaba la belleza cotidiana al mismo tiempo, en los mismos versos, acompasado, dual, roto y a la vez íntegro.

En La certeza, Sánchez Rosillo parece haberse decantado hacia un aspecto de su poesía, ese resquicio que siempre ha habido en su obra (aunque pequeño, muy significativo), de canto libre, esperanzado, desahogado, en el que no prevalece la estrechez, la angustia temporal: “con plenitud respira tu pecho el raro don / de la felicidad. Y bien quisieras / que nunca se apagara la intensidad que vives.”, encontramos en la primera página del libro. Y en los finales de la mayoría de los poemas no hay un brusco tirón que nos lleve al suelo otra vez, no hay regreso a la tierra de la miseria: “Y nada puede (...) / evitar que despierto sueñe el sueño / de que todo es posible todavía.”

Siempre hemos visto la obra de Sánchez Rosillo como un equilibrio fino entre el lamento y la celebración. Pero con un matiz: en la antesala del lamento, en el recuento detenido de sus posesiones pasadas, la voz del poeta parecía encandilarse, recrearse en cada detalle, hacerse luminosa, con una luz que ninguna sentencia lapidaria podía borrar luego. Al contrario, la resaltaba. Y en La Certeza parece tomar partido por la esperanza, o por una esperanza, la “de que todo es posible todavía.” Y, aunque de modo sutil, pudoroso, inconcreto, aparece el tema de la salvación: “la luz (...) / siempre estará contigo para que no claudiques, / para que en ti no acabe nunca el canto, / para que seas quien eres y te salves.” ¿Qué salvación? No es esta, ciertamente, una poesía confesional, pero ese “para que seas quien eres” sugiere un jugosa idea: el final de todo es el cumplimiento, no ya de una tarea, sino de la gran tarea, que es el desvelamiento del propio ser, de la esencia última de un hombre. Los cristianos encuentran esto en la parábola de los talentos, tantas veces entendida de un modo cosificado, mercantil, cuantificable. Y en un hermoso símbolo del Apocalipsis: Dios dirá a cada uno su nombre secreto, al final de los días. Un poeta puede saber que su vida es una realidad abierta, potencial, y que no todo termina con la muerte. Esto lo intuyen, si son logrados, hasta los versos más oscuros, más nihilistas.

Y, hablando del dolor, no es esta una realidad borrada de la poesía de Sánchez Rosillo, en aras del himno, sino que se mira con otros ojos, como un gran misterio que algo significa, y que ha de ser convertido en luz: (Plegaria) “Que este dolor tan grande no sea en vano, / que aquí, en mi pecho, poco a poco vaya / transformando yo en luz tanta tiniebla;” Es una oración (¿a quién?), pero lo más significativo, a nuestro juicio, es la palabra “pecho”, que, vecina de “corazón” alude al ser total del hombre, a su yo completo. No es el dolor una realidad que se pueda comprender nunca con la mera razón, sino que va más allá, más adentro o más afuera, donde nace toda poesía, “un punto inhabitable en que coincide / la vida con la muerte.” (Allí).
Para terminar, nos acercamos a los versos finales de Las estrellas y un sueño: “Qué inexplicable es todo, qué maravilla es / defender este sueño, no traicionarlo nunca, / estar conmigo en paz y al mismo tiempo en guerra, / y a avanzar decidido, pues el trayecto aún / al parecer prosigue.” Vemos claramente que el autor no se ha detenido en su viaje, por mucho que titule a su libro La certeza, sino que contempla de frente, con la mirada clara, el misterio del tiempo.

(Publicado en Clarín)

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